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Apéndice 1: Una educación bíblica


Hace unos sesenta años no existían tiendas de Ripley ni La Polar ni Falabella. La ropa era por lo general confeccionada en casa. Se solía emplear una costurera que se instalaba en la familia por 4 ó 5 semanas y, si la casera no le proporcionaba una máquina de coser, tenía que hacerlo todo a mano. El verano antes que yo cumpliera 15 años, mi madre me dijo que le había pedido a la costurera que me enseñara a coser mi propia ropa.

“Pero Mamá,” le dije. “Ya sé coser. Cómprame un paño y me haré un vestido.” Ella no me creyó, pero finalmente me compró el género y me hice el vestido. ¿Pero cómo? Pues, desde que tenía 5 ó 6 años le había visto confeccionar vestiditos para mí y mis hermanas. Y después, cuando venía la costurera, sin duda la observaba a ella también, notaba su estilo diferente, y a veces incluso le hacía preguntas.

Dios nos creó con unas neuronas especiales que los científicos llaman “neuronas espejo”. Ellas nos ayudan a imitar lo que vemos y comprender lo que nuestros ojos, oídos, y otros sentidos nos comunican. También nos dio un cerebro para pensar en lo visto y oído, y para razonar y sacar conclusiones de ello.

En los tiempos de Jesús, así como ahora, la gente pensaba que había que hacer algún estudio especial para llegar a ser sabio e inteligente, para poder comprender libros, para poder razonar y discutir, y especialmente para poder enseñar a otros. Por eso, cuando Jesús comenzó su ministerio, la gente incluso algunos que lo habían conocido desde niño “… se admiraban y decían: “¿De dónde sacó éste tantos conocimientos sin haber estudiado?” Juan 7:15 NVI. Los judíos pensaban así porque habían olvidado los caminos de Dios y habían adoptado la influencia griega.

Siglos antes del tiempo de los romanos, en que Jesús llegó a Belén, los griegos tales como Sócrates, Platón, y otros habían concebido la idea de que los seres humanos eran perfectibles. Mucho antes que Darwin inventara la teoría de la evolución, los griegos habían sembrado las semillas de aquella mentira. Más de 300 años antes de Cristo, Aristóteles dijo que los niños llegaban como “tábula rasa” (libro en blanco) y que como si fueran meros animales, había que adiestrarlos al pensamiento culto y amonestarlos contra el sofisma. Los filósofos juntaron a sus discípulos o alumnos y les impartieron la idea de que ellos habían sido escogidos para ser convertidos en personas especiales, y que al completar su amaestramiento, quedarían listos para impartir a otros el precioso conocimiento adquirido. De manera que para los griegos lo más importante era buscar el mejor maestro.

En cambio, los hebreos no pensaban así. Los judíos creían que cada uno era responsable ante Dios, y tal como Abrahán su padre, ellos debían acercarse a Él y meditar en los testimonios hallados en la naturaleza y en los escritos inspirados con el fin de comprender mejor, y cada uno por su cuenta, la voluntad de Dios. Se armaban grandes discusiones para que cada uno pudiera compartir su propia comprensión de algún aspecto de la Divinidad. Tomaban muy en serio el proverbio de Salomón, quien vivió unos 600 años antes de Aristóteles, y escribió: “Si tu oído inclinas hacia la sabiduría y de corazón te entregas a la inteligencia; si llamas a la inteligencia y pides discernimiento; si la buscas como a la plata, como a un tesoro escondido, entonces comprenderás el temor del Señor y hallarás el conocimiento de Dios. Porque el Señor da la sabiduría; conocimiento y ciencia brotan de sus labios. … Entonces comprenderás la justicia y el derecho, la equidad y todo buen camino; la sabiduría vendrá a tu corazón, y el conocimiento te endulzará la vida. La discreción te cuidará, la inteligencia te protegerá.” Proverbios 2:2-6, 9-13 NVI. No era cosa de buscar un maestro, ni esperar que alguien te llenara el cerebro de datos, sino que había que hacerse responsable de buscar a la sabiduría misma.

Vemos entonces que hay dos diferentes formas de aprender. Una es plantarse a los pies de un maestro, o buscar un buen colegio, esperando así recibir conocimiento y aprobación. La segunda forma es la que usamos naturalmente como niños. Se trata de observar y pensar. El diccionario dice que “observar” es “examinar atentamente”, y su segundo sentido es “guardar y cumplir exactamente lo que se manda y ordena”. “Pensar” significa: “formar, ordenar y relacionar en la mente ideas y conceptos.” Ésta es la forma de aprender de los innovadores y los más adelantados en conocimiento. Y es como Jesús enseñó a sus discípulos. Comparemos, entonces, estas dos formas de educación.

Dos formas de educación

La educación griega comenzaba a los siete años. Se consideraba que de ahí en adelante los niños ciudadanos pertenecían al Estado hasta la muerte. Solo los niños varones recibían educación, salvo Esparta, en cuya ciudad algunas de las jóvenes también podían tener algo de educación. A los siete años, los niños dejaban sus hogares y se internaban en el colegio para aprender a leer. Debían memorizar largos trozos de literatura. Luego se les enseñaba gramática, escritura, matemáticas, música (o las musas, que incluía arte, escultura, música y otros aspectos culturales), y finalmente gimnasia y artes marciales. Este sistema fue adoptado por los romanos, e incluso más tarde por la Iglesia, y es hoy día la base del sistema educativo en casi todo el mundo.

La educación hebrea comenzaba casi cuando el niño empezaba a hablar. Se llevaba a cabo en el interior de la familia, y eran los padres los encargados de traspasar sus tradiciones a los hijos. Creyendo que eran el pueblo escogido de Dios, los hebreos enseñaban a sus hijos a vivir conforme a la voluntad de Dios y a cumplir la ley que le fue dada a Moisés. “Grábate en la mente todas las cosas que hoy te he dicho, y enséñaselas continuamente a tus hijos; háblales de ellas, tanto en tu casa como en el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes. Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa.” Deuteronomio 6:6-9.

Desde sus años más tiernos, niños y niñas hebreos debían aprender de memoria la Ley de Dios, con sus mandamientos y preceptos. Se les enseñaba a orar y cantar, en base a los Salmos, y debían aprender toda la historia sagrada de la nación, incluyendo su geografía y la historia de los pueblos circundantes, su cultura, los ritos religiosos y las leyes morales y civiles. También debían aprender a leer y escribir. Finalmente, al entrar en la adolescencia, se les enseñaba a los jóvenes un oficio. Las niñas debían aprender a manejar el hogar. Se les enseñaba a hilar, tejer, cocinar, cuidar los rebaños, y a administrar los bienes de la familia (Prov. 31).

Pero ¿cómo se les enseñaba estas cosas? Dios les dijo, por medio de Moisés: “¿Y qué gran nación tiene decretos y ordenanzas tan justas e imparciales como este conjunto de leyes que te entrego hoy? ¡Pero cuidado! Asegúrate de nunca olvidar lo que viste con tus propios ojos. ¡No dejes que esas experiencias se te borren de la mente mientras vivas! Y asegúrate de trasmitirlas a tus hijos y a tus nietos.” Deut. 4:7-9 NTV. Osea, observar y pensar.

También Dios le dijo a Moisés: “Por lo tanto, escribe este canto y enséñalo a los israelitas. Ayúdalos a que lo aprendan…..” Deut. 31:19 NTV. Más tarde Jesús contestó a los fariseos cuando se quejaban de los niños que le seguían,: “…¿No recuerdan lo que dice la Biblia?: ‘Los niños pequeños, los que aún son bebés, te cantarán alabanzas.’” Es decir, podrán aprender por medio de la música.

Los primeros versículos del Salmo 78 describen varias maneras en que podemos enseñar a nuestros hijos: “Pueblo mío, escucha mis enseñanzas; atiende a mis palabras. 2 Te hablaré por medio de ejemplos, y te explicaré los misterios del pasado. 3 Son cosas que ya conocemos pues nuestros padres nos las contaron.4 Pero nuestros hijos deben conocerlas; debemos hablarles a nuestros nietos del poder de Dios y de sus grandes acciones; ¡de las maravillas que puede realizar!5 Dios fijó una ley permanente para su pueblo Israel, y a nuestros abuelos les ordenó instruir en ella a sus hijos, 6 para que ellos, a su vez, nos instruyeran a nosotros y a las futuras generaciones que todavía no han nacido.” Aquí tenemos: escuchar a padres y abuelos, el uso de ejemplos, explicar los misterios, hablar y hablar, y al instruir a otros uno mismo lo aprende mejor.

Dios le instruyó a Josué, el gran líder que terminó la obra de Moisés, en cómo podía asegurar que los niños no olvidaran una importante lección. Cuando el pueblo terminó de cruzar el río que Dios había detenido para que pudieran entrar a la Tierra Prometida, Josué escogió a 12 hombres, una de cada tribu de Israel, y “les dijo: «Vayan a la mitad del Jordán, frente al arca del Señor su Dios. Cada uno de ustedes debe tomar una piedra y cargarla al hombro; serán doce piedras en total, una por cada tribu de Israel. Las usaremos para levantar un monumento conmemorativo. En el futuro, sus hijos les preguntarán: “¿Qué significan estas piedras?”. Y ustedes podrán decirles: “Nos recuerdan que el río Jordán dejó de fluir cuando el arca del pacto del Señor cruzó por allí”. Esas piedras quedarán como un recordatorio en el pueblo de Israel para siempre». Josué 4:5-7 NTV. Es decir, el monumento inspiraría preguntas.

Jesús también usó este método cuando maldijo a la higuera. Causó que sus discípulos hicieran preguntas que él entonces contestó. La historia se encuentra en Mateo 21:18. “Muy de mañana, cuando volvía a la ciudad, tuvo hambre. Al ver una higuera junto al camino, se acercó a ella, pero no encontró nada más que hojas. —¡Nunca más vuelvas a dar fruto! —le dijo. Y al instante se secó la higuera. Los discípulos se asombraron al ver esto. —¿Cómo es que se secó la higuera tan pronto? —preguntaron ellos. —Les aseguro que si tienen fe y no dudan —les respondió Jesús—, no sólo harán lo que he hecho con la higuera, sino que podrán decirle a este monte: ‘¡Quítate de ahí y tírate al mar!’, y así se hará. Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración.” Era una lección importante, y siempre recordamos mejor las respuestas a nuestras propias preguntas.

¿Por qué es observar y pensar la mejor manera de aprender? Según los científicos y psicólogos que lo han estudiado, el cerebro tiene la habilidad de descubrir y reconocer el diseño o modelo de todo. Lo hace al notar qué es similar a lo conocido y qué es diferente. Por ejemplo, si uno ya conoce al gato y se encuentra con un perro, uno va a notar que aunque tiene cuatro patas y una cola a igual que el gato, también posee un hocico más grande, una cola más gruesa y otras cuantas distinciones que lo identifican como algo que no es gato. En el caso de Josué, sin duda había otros cruces del río Jordán a través de los años, pero solo uno que tenía un monumento de 12 piedras sacadas de la mitad del río. El proceso de aprendizaje puede definirse como el proceso de “extraer de la confusión un diseño que tiene significado.”

Y bien, es importante notar que para extraer el diseño de las cosas, ya sea el diseño de una tela o alfombra, o de la gramática, la matemática, la ciencia, la historia y todo lo demás, lo que es necesario es una buena cantidad de ello para observar, y tiempo para pensar. Fuera del colegio existe mucha información y gran variedad de conocimiento. De allí se puede conocer más fácilmente el diseño de las cosas, justamente usando el método más eficaz que es cómo funciona el cerebro: observando y pensando.

Las Sagradas Escrituras no dejan de indicar la forma preferida para la educación: “¡Anda, perezoso, fíjate en la hormiga! ¡Fíjate en lo que hace, y adquiere sabiduría!” Proverbios 6:6 NVI.

Jesús también quiere que observemos y pensemos: “Miren los cuervos. No plantan ni cosechan ni guardan comida en graneros, porque Dios los alimenta. ¡Y ustedes son para él mucho más valiosos que cualquier pájaro! … “Miren cómo crecen los lirios. No trabajan ni cosen su ropa; sin embargo, ni Salomón con toda su gloria se vistió tan hermoso como ellos.” Lucas 12:24, 27 NTV.

Pablo amonesta a sus seguidores: “Sigan practicando lo que les enseñé y las instrucciones que les di, lo que me oyeron decir y lo que me vieron hacer: háganlo así y el Dios de paz estará con ustedes.” Filipenses 4:9 DHH.

Finalmente Timoteo se une a la idea, diciendo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para enseñarnos lo que es verdad y para hacernos ver lo que está mal en nuestra vida. Nos corrige cuando estamos equivocados y nos enseña a hacer lo correcto. Dios la usa para preparar y capacitar a su pueblo para que haga toda buena obra.” 2 Timoteo 3:16-17 NTV.

Dios rechaza al sistema griego

Para dejar en claro las cosas, Dios dio al profeta Zacarías un mensaje para Su pueblo. El profeta escribió, citando al Señor diciendo: “Porque he tensado para mí a Judá como un arco, e hice a Efraín su flecha. Lanzaré a tus hijos, Sión, contra tus hijos, Grecia, y te haré como espada de valiente.” Zacarías 9:13 Tal vez porque los hijos de Sión tienen una mejor educación, Dios quiere usarlos contra sus enemigos—los griegos y todos los que confían en su propia perfectibilidad y no entienden que la gracia de Cristo es nuestra única salvación. Los hebreos observan y piensan, mientras que los de Grecia aprenden solo lo que dicen sus maestros. Lamentablemente, ahora la mayoría de los hijos de Sión van a los colegios del sistema griego para aprender. Debemos recordar que “…la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto. (Pero) el camino de los impíos es como la oscuridad; no saben en qué tropiezan. Prov. 4:18, 19 RV60

El sistema griego prevalece hoy en los colegios y es reflejado en casi toda la materia curricular disponible. Este sistema, en primer lugar, arranca a los niñitos del hogar y fija su atención en profesores que solo tratan de controlarlos. Segundo, les obliga a memorizar materia que no les interesa y aprender cosas que nunca van a usar. Tercero, no tendrán tiempo para ahondar en temas que realmente les importa porque el sistema no respeta al individuo. Cuarto, serán imbuidos de un sentido de casta o nivel social—mientras más años en el sistema, más privilegios serán suyos—y estarán eternamente examinados y evaluados, pero nunca aceptados. Quinto, en vez de sentir dignidad humana, se sentirán como peón del Estado—de por vida. Sexto, solo sabrán actuar, hablar, hacer y pensar cuando alguien les diga qué y cómo. Séptimo, su fe en Dios será tratada como una superstición y tendrán que dar lugar a las mentiras basadas en la teoría de la evolución, las que afectan su sentido de responsabilidad en temas incluso de salud, ecología, amor al prójimo, y mucho más.

El sabio Salomón escribió: “Cuando yo era pequeño y vivía con mi padre, cuando era el niño consentido de mi madre, mi padre me instruyó…” Proverbios 4:3,4. Luego escribió lo siguiente para su hijo: “Hijo mío, escucha las correcciones de tu padre y no abandones las enseñanzas de tu madre. … Hijo mío, no te olvides de mis enseñanzas.” Proverbios 1:8; 3:1 NVI.

Entonces, lo mejor que podemos hacer como padres es observar el trato que Dios da a sus hijos, y pensar en cómo podemos incorporar su ejemplo en nuestro trato con nuestros hijos. Por lo general, Dios no interfiere con los resultados naturales, es decir, las consecuencias de nuestras decisiones. Pero es misericordioso y nos perdona y nos justifica. Dios nos da libertad para aprender a nuestro modo, que para algunos es a tropezones. Pero nos da Su Espíritu para ayudarnos a comprender las lecciones de la vida.

¿Cómo se relacionó Jesús con los niños?

Creo que una de las lecciones más difíciles de aceptar como padres es la manera en que Jesús se relacionó con los niños. Padres tratan de hacer que los niños hagan ciertas cosas: que aprendan sus tablas de multiplicación, que hagan su cama, que se porten bien. Pero Jesús dijo: “Dejad a los niños, y no les impidáis….” Mat. 19:14 RVA. Ellos tienen esas maravillosas neuronas espejo, por lo tanto debemos ejemplificar todo lo que deseamos que aprendan. Los niños se interesan en los asuntos de sus padres, y en el tiempo de Jesús la gente estaba entusiasmada con el humilde maestro de Galilea. Lo seguían, lo escuchaban, y los niños también querían ver a Jesús. Las madres se le acercaron, pero los discípulos les riñeron. “Cuando Jesús se dio cuenta, se indignó…. Y después de abrazarlos, los bendecía poniendo las manos sobre ellos.” Marcos 10:14,16 NVI.

Los discípulos juzgaron mal. Ellos pensaron que los niños eran una molestia; después de todo, Jesús estaba predicando. ¿Cómo se atreven a interrumpirle? Pero Jesús reprendió a los discípulos, y así quedó claro que Él no insinuaba malos motivos a los niños, como hacían los discípulos (y como lo hacen muchos padres hoy en día). Jesús dijo: —Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos.Mateo 18:3 NVI.

Y ¿cómo aprenden los niños? Si no les impedimos, ¿qué harán? Aprenden a hablar y a caminar…aunque nadie se preocupe de enseñarles. Aprenden a silbar o a andar en bicicleta, pasando horas y horas ensayando. Quieren aprender a leer y escribir porque ven a sus padres hacerlo. Si al lavar la loza juegan a bautizarla pieza por pieza (como hacía yo a los 9 años, porque mi padre era pastor), si tienen que contar las pasas antes de comerlas, si solamente quieren leer Condorito en vez de literatura más seria, o si pasan semanas enteras aprendiendo pruebas en su patineta o cuerdas en su guitarra, si escriben decenas de páginas en su diario de vida pero rechazan tareas escolares, en fin si los niños son niños—aprendamos de ellos porque de otra manera no entraremos al reino de los cielos.

Si todos aprendemos como los niños, nos especializaremos en lo que es nuestro don y no perderemos tiempo en aprender solo para gratificar a otros. El Señor mismo, cuando era un joven de sólo doce años, rehusó seguir a sus padres hasta haber completado su tarea de mayor interés, el de discutir en el templo con los maestros de la ley. Era precisamente una de las importantes faenas que iba a ocuparle durante el resto de su vida.

Lo mejor que podemos hacer con nuestros hijos es animarlos a seguir el ejemplo del Maestro, demostrándoselo en nuestras vidas. Jesús dio importancia a los niños. “Tomó a un niño y lo puso en medio de ellos. Abrazándolo, les dijo: –El que recibe en mi nombre a uno de estos niños, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, no me recibe a mí sino al que me envió.” Marcos 9:36, 37 NVI.

En conclusión

Vemos que hay dos tipos de educación. Uno nos hace dependiente de los hombres y enaltece el conocimiento humano, pero menosprecia al individuo y limita su responsabilidad. El otro tipo de educación depende de nuestro deseo y esfuerzo por comprender lo divino, y buscar la sabiduría. Y esa sabiduría está al alcance de todos los que realmente lo desean. “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie.” Santiago 1:5 NVI No se requiere otro texto que la Biblia, la Naturaleza que nos rodea, y la presencia del Espíritu en la vida. Este tipo de educación es la forma en que los niños aprenden naturalmente. Pero sí, requiere mucha libertad, mucho tiempo para observar y pensar, y una abundancia de experiencias de la cual extraer el diseño de las cosas.

Jesús mismo expresó su admiración por esta forma de aprender. Los discípulos retornaban de su primera jira misionera y, muy entusiasmados, le contaban todo lo que había ocurrido. Habían aprendido muchas lecciones sobre cómo evangelizar, sanar, y discernir los espíritus. Él se alegró mucho, y nosotros sin duda tendremos la misma reacción cuando nuestros hijos nos recuentan lo que han aprendido. “Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos (instruidos), y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.” Lucas 10:21 RV’60

Un niño dijo: “El trabajo es el intercambio del tiempo que nos roban nuestros padres por el dinero que reciben.”


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